lunes, 31 de agosto de 2009

Deambular heavy

El concepto de archiescritura remite a una escritura sin origen pero originaria, no una escritura que representa en grafismo lo que una voz parla sino una escritura instituyente, tan lenguaje primigenio como el balbuceo de un nene. Pienso en una escritura del deambular en el modo en que una pierna sustituye a la anterior en la delantera del caminar, en cómo la vista se sacude, los brazos se mecen para equilibrar o para expresar. Una escritura del deambular también contempla las reacciones a los olores propios y ajenos, a la proxémica de los cuerpos de los otros y sus extensiones: bolsas, carros, siliconas, maletas. Acelerar el paso cuando no se tiene prisa, por ejemplo, es una marca de estilo, del mío. La fuerza que implica generar mayor velocidad me satisface por el solo hecho de ser innecesaria y desgastante, comienza la terapia endureciendo los glúteos y abdomen, después muslos, pantorrillas y siguen las falanges y tobillos; la pierna casi no se articula y como soldada arranco dura, derecha, escribiente de rectas. Esta escritura es de una sola noche, pero está claro que es mi yeite clásico de autodefensa: cuando el afuera me atemoriza: agarrate vos de afuera porque me vas a tener miedo. En la arquitectura del deambular también opera el rostro, no es lo mismo caminar mirando hacia los pies y las grietas de la vereda que hacerlo con la vista opacada asegurándose claridad sólo en el destino. Esta mirada que de tan dura es inmirable mete miedo, cada vez que la pongo pienso sin palabras que el otro ve en mi rictus a una persona que está tan decidida por llegar que no se anima a estorbarle la vía. Meto miedo con mis piernas tensas y mis manos enroscadas en las tiras de la mochila, con la cara de espantamiedos y la palabra floja: permiso, cuidado, no me hables. La escritura de mi deambular nocturno a través de la plaza de Once no tiene origen, apenas reminiscencias a mis épocas de adolescente, cuando tampoco tenía miedo en el paso. Tomaba colectivos ente las 11 y las 12 de la noche hasta la casa de M. que quedaba a 4 cuadras de la parada. Tomate un taxi, ni en pedo, voy en bondi. Esas cuatro cuadras en la oscuridad de los faroles soportados por troncos mapuche que tronaban electricidad, una jauría de perros que luchaban por cualquier cosa -qué cosa, yo no sé por qué cosas luchan los perros-, y el destino inmóvil, el destino casa, seguridad, el destino meta como una cima es cima y ya. Hasta ahí, siempre una escritura deambulatoria que se construye con los medios de a bordo, ¿cuáles? Pues el cuerpo, la voluntad y el olvido.

De Once a casa, las cuadras de mi fundación como terrorista del deambular. El olor es nauseabundo y yo soy todo lo margen de ese olor que se pueda, en mí comienza la esperanza de Once, en mi escritura se abre un infinito de salubridad para mi barrio. No soy una chica que ofrece su cuerpo como mercancía, pero oh sí que me confunden con ellas, cuánto les pagaría a la negra, a la de Lanus, a la del top y la de las tetas exuberantes por tomarme unos mates con ellas, o esa latita de Quilmes tuberculosa, nada, no pago por hablar, pero quién te dice alguna noche de archiescritura irrumpa en mí una voluntad de amistad con ellas que son como fantasmas del paisaje y les pague, incluso con mi cuerpo. Total yo me invento.

Sobre Rivadavia un conserje de un telo me sacude con la mirada, él está sentado en un banquito de barra de bar agenciando de portero del telocabaret, yo paso con mis piernas militares y mis botas acharoladas, el pelo como algodón rosa de zoológico y mi insipiente sudor frío, voy rápida, rauda, feroz, meto miedo, como siempre de viaje: de viaje estamos en la ruta en la búsqueda de una casita rodante que camufle el desamparo: así yo esta noche cuando a los pocos metros del telo los pibitos paqueros, chorros de la luna, me abrieron paso tras cesar con sus pantomimas lúmpenes y ni mu ni chi me dijeron porque yo les escribía desde la distancia de mi semblanza que acá iba cargada de violencia extrema, lista para matar al que me quisiera sobrepasar, entonces ni mamita qué conchita ni te voy a llenar de leche ni mi amor y tantos otros piropos que la mujeres recibimos solo por ser mujeres, se abrieron las aguas de los pibitos rateros así como si fuera yo aceite caliente en una calle de agua estancada.

Mi escritura del deambular de recién contempló también pensamientos. Cuando pasé junto a los desechos de Mc Donalds pensé sobre una nausea en escribir cómo a alguien que odiaba le hacía pasar la cara por los restos que quedaban de basura de ese local gastronómico que me causa gastritis con solo imaginar los colores de su logotipo, no aboceté ninguna cara conocida, solo una X odiada pasando su jeta por las big mac mordidas, las lechugas amarronadas, los papeles del baño y ese olor a patio trasero del imperio. Habrá sido mi deambular archipoderoso empoderador que me obligó a buscarme un enemigo allí donde no hace falta que lo haya, porque vamos, no es que mi estrafalaria pose guerrera luche contra un particular, no no, mi lucha en esta escritura es contra el lugar del miedo que tengo en mi interior. ¿A qué le temo? A mi debilidad, a romperme la integridad, ellos paqueros, ladrones, ellos que secuestran son los móviles pasajeros de un miedo eterno: perderme para mí.

Por eso mi deambular escribiente de selvas urbanas plagadas de guerrilleros de la posición sediciosa: ellos son tan yo que les temo. ¿Para qué escribo? Para alejar la muerte.

1 comentario:

  1. LEDs, first developed in the early 1960s, produce
    light by moving electrons through a semiconductor. They need
    only ten to thirty percent as much power as C7s or C9s.
    The led light provides more light and less energy use.

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